landleitmotiv

Land Leitmotiv és un projecte cultural creat per joves i que pretén donar veu a tots aquells als que interessa la cultura, l'estudien o hi treballen, tant des d'Andorra com internacionalment.

Saskia

Per Raquel Martinez

Va a ser una noche como cualquier otra, pensó mientras retorcía un trapo que previamente había estado en remojo. La clientela, la de siempre; el vino y la cerveza no mucho más infames que los de cualquier otro antro de la zona; las mozas algo más limpias que sucios. Una noche cualquiera en una taberna de relativa categoría de una calle cualquiera de Lecho de Pulgas. Remoja, aclara, retuerce hasta que las manos duelan y quemen. Limpia, restriega, seca. Remoja, aclara, retuerce. Agua fría en la tinaja, la quemazón mientras se retuerce el trapo, agujas de hielo que se clavan en las manos mientras los pegajosos cercos que dejan las jarras de cerveza desaparecen y ambiente cargado en la taberna. Vuelta a empezar.

A veces alguien la interrumpía en el mecánico proceso de limpiar la ya muy desgastada barra. Una cerveza, un cuenco de estofado que debía ser servido y cobrado… ¿sabrán los Siete de qué está hecho hoy? Remoja, aclara, retuerce. La afluencia de clientes aumentó progresivamente: pronto todas las mesas estuvieron llenas de hombres que pedían.

En una mesa no muy lejos de la barra dos hombres demasiado bien vestidos considerando la categoría del local reclamaron la atención de las mozas que servían las mesas. En medio del bullicio de la taberna, ninguna de ellas los oyó. Excepto Saskia. Cruzó miradas con el más joven de los dos y leyó en sus labios “cordero”, mientras le indicaba con los dedos que quería dos raciones. El cordero se hacía en espetones, y estaba finamente especiado. Aunque de preparación simple, era un manjar comparado con lo que se acostumbraba a servir.

Quizás su oportunidad estaba con ellos. No la debía dejar pasar, así que rápidamente se acercó a su mesa, llevando además una jarra de vino –uno no tan aguado como el que se acostumbraba a servir, ella sabía que los hombres que pedían cordero no se conformaban con cerveza negra barata –y con una media sonrisa los labios. Era un juego: si jugaba bien sus cartas era posible que los hombres quisieran que los acompañara durante la cena. Glynn, su patrón, no tenía ningún inconveniente en que las chicas se sentasen con los clientes siempre y cuando ellos continuaran consumiendo.

Sabía que el más joven de los dos –ahora que lo tenía de cerca pudo ver que no pasaría los veinticinco, nariz aguileña, piel pecosa y fina, cabellos rubios y largos, de mujer –había entrado en su juego. En cuanto pagaron Saskia volvió a su posición en la barra, y sabiendo que él no le había quitado los ojos de encima, calculó arteramente sus movimientos mientras servía jarras y raciones.

Se dio por vencida del coqueteo visual una hora más tarde, cuando ya no tenían nada más que beber o comer y el dolor de estómago de la joven era más que insufrible. No habría carne para Saskia aquella noche. Tendría que conformarse con su habitual cena: una hogaza de pan revenido y dos arenques. Suspiró, se secó las manos con el delantal mohoso y fue a sentarse en su particular rinconcito de la barra. Una vez sentada, vio cómo él le pedía mediante gestos que se acercara. Dejando la hogaza a un lado, se acercó con el trapo y una bandeja. Seguramente querrían que recogiera la mesa y lo que todos los parroquianos querían, más bebida.

Estaba solo. Sin pensarlo, Saskia puso los platos en la bandeja mientras esperaba una orden.

-Vino y cordero para dos. –obedeció, convencida de lo que le esperaba esa noche iba ser hogaza y arenques espinosos. Una vez que lo puso en la mesa, él sonrió de nuevo. Era más joven de lo que había calculado originalmente y tenía los ojos de color aguado, imposible de determinar por la escasa luz del local.

-Siéntate conmigo. Sé que tienes hambre. Ese cordero es para ti. –sin contestar, Saskia tomó asiento y engulló la carne.

El hombre sólo mordisqueó su ración, dejándola prácticamente intacta. Cuando ella terminó, él sonrió de nuevo.
-¿Cómo te llamas?
– Saskia. –su oportunidad estaba sentada delante de ella, debía hacer algo, algo. ¿Qué? No lo sabía. Notaba los sentidos embotados por el vino; no estaba acostumbrada a beber. Un pánico ardiente le abrasó las entrañas. Si fallaba…

-Eres una flor en una cesta de patatas. Tu lugar no está aquí. Por lo que veo –la cogió del mentón mientras la miraba a los ojos –no eres una moza como las de este antro, ¿cierto?
Saskia enmudeció.

-No tienes modales de tabernera. Sé de un sitio donde harás todo el dinero que quieras, comerás toda la carne que te apetezca y vestirás con seda y joyas.
-¿Qué quieres de mí? –su oportunidad estaba con él. Sólo tenía un intento.
-Ven conmigo. Puedo abrirte las puertas del Passiflora, o hasta incluso las de la casa de Chataya. – Era la primera vez que oía eso de la casa de Chataya pero… ¡el Passiflora! Era un burdel limpio, en la calle de la Seda, bastante conocido. Sabía que el trabajo de prostituta no era fácil, pero mucho más llevadero que el de tabernera. Sus frutos eran mucho más dulces.

-¿No me crees? Toma –sacó dos venados de plata de su bolsa y los puso dentro del puño de Saskia.
Como bien había dicho el trigueño desconocido, no era la primera vez que había estado en la taberna. Sabía dónde estaba el cuartito donde a cambio de un par de peniques las chicas se tendían para los parroquianos que querían pagar por sus deslucidas carnes.

Saskia notaba la cabeza muy nublada y no reaccionó ni para bien ni para mal. Apretaba en la mano las dos monedas –más de lo que ganaba ella en un mes –y se limitó a mirar el techo lleno de desconchones mientras pensaba en todos los dulces que comería una vez que estuviera en el Passiflora.

Despertó un par de horas después. Se sentía dolorida y fría. Fue a guardarse las monedas en el bolsillo del delantal. Ni rastro de ellas. El miedo la acometió en una oleada de cuchilladas cuando se dio cuenta de que llevaba el pelo suelto. Presa de él, se rebuscó en el pelo, rubio sucio como el del desconocido. Las monedas eran lo de menos.
No tenía la horquilla.

Buscó con furor de mujer despechada entre la paja del suelo, entre su ropa. Nada. Además de las monedas, el hombre le había robado la horquilla. Era una horquilla gruesa, lacada en negro, con una piedra de aguamarina. En una chica de la categoría de Saskia parecía una baratija cualquiera, pero no, él sabía que tenía algo de valor. Las lágrimas fluyeron mejillas abajo. Su horquilla era su pasaporte a la calle de la Seda, pues sabía que podía conseguir un buen precio por ella e invertir esas monedas en un vestido, un par de alhajas, y presentarse en cualquiera de los burdeles inferiores sabiendo que conseguiría un trabajo. Había sido demasiado estúpida esperando tanto tiempo. Había sido doblemente estúpida al llevar la horquilla puesta, aunque quedaba bien oculta entre sus gruesos cabellos. Podría haberla vendido cuando perdió el trabajo en la tahona del viejo Jon. Saskia no tenía malas manos para el pan o la repostería, pero cada vez era más difícil encontrar harina a un precio razonable. Una mañana el viejo Jon le dijo con voz ronca que no hacía falta que volviese más. Darle trabajo a Saskia significaba quitárselo a su única hija. Saskia lloró, pataleó, le imploró que la dejase vivir con su familia a cambio de trabajo, pero Jon fue inflexible. No te quiero ver más, Saskia Tormenta. No vuelvas. No tengo nada para ti. Con Nonna habría hecho una excepción. De eso hacía ya… no sabía cuánto tiempo. Quizás tres años. No lo sabía realmente, de la misma manera que tampoco sabía su edad exactamente. Llorar por un trabajo de panadera… Bah. Era una cría. Ahora, ella era una luchadora, una superviviente. Y en ese preciso momento se arrepentía de no haber vendido la horquilla hacía tres años, de no haber recorrido la calle de la Seda puerta a puerta hasta que la acogieran en algún sitio. Ahora sí que no podía hacerlo, bueno, sí, podía hacerlo en alguno de los antros más piojosos, dejando que la magrearan a cambio de cuatro escasos peniques.

Recordó las palabras de Nonna, la mujer que la había criado. Conserva bien la horquilla. Te llevará a casa. La mujer que trabajaba en la tahona del viejo Jon. Ella la había cuidado mejor que una madre y le había explicado la historia de la horquilla; una vieja reliquia familiar de los Wylde, vasallos de los Baratheon. Saskia no recordaba exactamente qué tipo de parentesco guardaba con tan notable familia. Nonna se lo había explicado cuando era muy niña, tan lejos que parecía otra vida. Una vez soñó que viajaba a Aguasmil, el asiento de los Wylde; para resolver su pasado. Sólo fue eso, un sueño. Era difícil creer que ella podía ser hija o pariente de algún señor. Con los años, Saskia llegó a la conclusión que todo aquello era una historia para hacerla olvidar que había sido un bebé abandonado en una callejuela, con un pasador de aguamarina en el pañal.

Cuando salió del cuartucho notó que tenía el labio inferior inflado. Por suerte, nadie la había echado de menos en la taberna. Aún había clientela que servir. Dio un vistazo a la sala desde la barra. El embaucador trigueño no se hallaba entre los presentes. En la tinaja que tenía el agua más limpia observó su reflejo. En efecto, tenía el labio roto y un par de moretones en los hombros. Se tocó los dientes de uno en uno, todos estaban firmemente sujetos a las encías. Nada grave.

Se acabó de hundir aquella misma noche. No tenía ya ningún objetivo o meta en la vida. No tenía dinero ni valor para dejar la taberna y buscarse la vida en otro sitio. Tampoco tenía modales como para servir en una casa, o buenas referencias. Pensó fugazmente en dejar Desembarco del Rey y buscar a cualquiera de los ejércitos que guerreaban fuera de la ciudad. Seguro que no le faltaría trabajo de lo que fuera. Lacónicamente, volvió a sus trapos y a sus jarras por rellenar.

Todo se colocó en su orden natural. Limpia, restriega, seca. Remoja, aclara, retuerce. Vino, vino, cerveza, cerveza, cerveza, cerveza. Estofado, cerveza, cerveza. Monedas, cierre. La rutina era un sedante mucho mejor que la leche de amapola. Durante noches y noches.

Un hombre vestido de negro riguroso se acercó. Cojeaba.
-¿Aleena? –dijo él a media voz.
-¿Qué será? No me hagas perder el tiempo, tengo aún tres mesas que servir. – Saskia salió de detrás de la barra cargada con dos bandejas llenas a más no poder. El hombre la miró desconcertado y con ojos de amante herido, inmóvil. Cuando volvió a la barra, Saskia reparó en la abultada bolsa de monedas que colgaba de su cinturón, así como sus armas. No era un tahúr.
-¿Aleena? Soy yo, Garrick. -Saskia, olvidando la promesa que se había hecho después de lo sucedido con el desconocido trigueño, pensó que sí, que podía ser Aleena o lo que él quisiera para ese hombre.

Saskia se había cansado de tener las manos cuarteadas por el agua fría. Haría cualquier cosa con tal de salir de ese antro.

Deixa un comentari

Blog Stats

  • 28.968 hits

Arxiu landleitmotiv

Contacta amb nosaltres

00447831678829
365 dies / 24 hores